Los duendes y los druidas hemos estado ligados desde el principio del principio, cuando los bosques eran de árboles y no de antenas y asfalto. Tiempos muy, muy lejanos en los que algunos duendecillos ayudaban en sus pociones y conjuros a los druidas y hechiceros más selectos. Pero los tiempos han cambiado y al igual que la mayoría de las criaturas del bosque los druidas también han cambiado, y se han visto obligados a diversificar su actividad modificando y adaptando costumbres ancestrales. Algunos usan estetoscopio y no crean pócimas, en su lugar dan papeles, que se cambian por jarabes y ungüentos. Otros en cambio, sólo se dedican a elaborar potingues experimentando con seres vivos a los que llaman inferiores. Hay muchos más, pero quiero hablaros de uno en concreto que me presentó un duende burlón de los que hacen desaparecer objetos. Pertenecía a ese grupo de druidas calificados de impostores que hacen apología del hedonismo vendiendo a precio asequible pedacitos de felicidad. Aunque viven en clandestinidad los puede encontrar quien quiera y están mal considerados por lo dañino de sus mejunjes y sus efectos secundarios. He conocido a muchos, todos muy parecidos pero no todos iguales. Este me sorprendió porque parecía poseedor de una sabiduría especialmente distinta, y porque al mismo tiempo que vendía brebajes dulces e inciensos daba sin ningún pudor consejos que recitaba en verso.
No quise entender su consejo porque estaba a los inciensos, pero quedó grabado en mi mente como con hierro encendido. Decía así:
Aliñar la vida que te engulle
Con la salsa de la mentira
No evita que te repita
Ni hace la digestión más fácil.
La realidad es la que es.
La pinte el pintor a su antojo,
En la oscuridad de la noche
Todo es negro
No hay azul, ni amarillo ni rojo.
viernes, 28 de marzo de 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario